Estrés: ¿amigo o enemigo?
Estrés: ¿amigo o enemigo?
El estrés forma parte de nuestra cotidianidad. La Organización Mundial de la Salud lo ha considerado como la epidemia del siglo XXI.
No obstante, desde los tiempos de la antigua Grecia, Aristóteles e Hipócrates fueron los primeros en ser conscientes de los efectos adversos del estrés. A su vez, Claude Bernard fue el primero en explicar cómo las células y tejidos de nuestro cuerpo podían ser protegidos del estrés. Sin embargo, no fue hasta medio siglo después que Walter Cannon, en La Sabiduría del Cuerpo, se referiría a la homeostasis y acuñaría el término respuesta de lucha o huida.
Con este concepto, se referiría a la respuesta heredada de nuestros antepasados cuando tenían que luchar o huir del peligro. Con el tiempo, a esto se añadió también la de congelarse (freeze) frente a la amenaza.
A diferencia de los hombres primitivos quienes se enfrentaban al tigre dientes de sable, hoy, la mayor parte de nuestro estrés proviene tanto de nuestros pensamientos como de las relaciones sociales. A este tipo de estrés se le conoce como psicosocial.
En la actualidad, se reconoce también que el estrés se deriva del ritmo de vida acelerado y del trabajo sin descanso. Tal es el caso, que en lo que se refiere al estrés laboral, México ocupa el primer lugar a nivel mundial.
Desde un punto de vista fisiológico, el estrés es un complejo sistema de respuesta que involucra tanto al sistema nervioso autónomo con sus dos ramificaciones -simpático y parasimpático-, como al sistema endocrino u hormonal.
En lo que se refiere al sistema nervioso autónomo, pensemos en él como un automóvil. El sistema simpático hace la función del acelerador y el sistema parasimpático de freno. Ambas ramas son necesarias para la conducción del auto pero requieren trabajar en forma coordinada. Permanecer mucho tiempo bajo estrés, sería equivalente a dejar el pie en el acelerador, y lo que esto puede representar; de igual manera, si mantenemos el pie sobre el freno no llegaríamos a ningún lado.
El sistema endocrino activa el sistema hipotalámico pituitario adrenal (HPA) cuando por medio de nuestros sentidos percibimos una amenaza. Dicho sistema involucra el hipotálamo, la glándula pituitaria o hipófisis y las glándulas suprarrenales, las cuales se encargan de producir dos hormonas muy importantes: la adrenalina, la cual se produce en situaciones de estrés de corto plazo, y el cortisol, segregado en situaciones de estrés a largo plazo, es decir, crónicas.
Otro de los pioneros en este campo es Hans Selye, considerado el padre del estrés, observó que el estrés prolongado o crónico tenía como resultado, enfermedades relacionadas con la adaptación debido a la sobreproducción de químicos y hormonas asociados a esta respuesta.
El estrés crónico se ha asociado a diversas alteraciones o mal funcionamiento de otros sistemas, entre ellos el cardiovascular, el metabólico y el inmunitario. En lo que se refiere al cerebro, se cree que este tipo de estrés reduce las áreas relacionadas con la atención y la memoria, y podría contribuir a enfermedades neurodegenerativas. De ahí que, aprender a subir y bajar el interruptor del estrés parece una buena idea.
El estrés lejos de ser bueno o malo, es una respuesta que nos permite adaptarnos a nuestro entorno. Como el mismo Selye señaló, los efectos nocivos del estrés se relacionan no tanto con el estrés en sí mismo, sino en la forma de cómo respondemos a él.
Aprender técnicas para controlar el estrés y llevar un estilo de vida saludable que incluya una buena nutrición, actividad física y descanso adecuados, puede ayudar a mejorar nuestra respuesta frente al ritmo de vida acelerado que llevamos y con ello reducir los riesgos asociados y mejorar nuestra calidad de vida.
Referencias:
Fink, George. (2017). Stress: Concepts, Definition and History. DOI 10.1016/B978-0-12-809324-5.02208-2.
Sapolski, R. (2004) Why zebras don’t get ulcers. USA: Owl Books
Szabo, S., Tache, Y., Somogyi, A (2012) The legacy of Hans Selye and the origins of stress research: A retrospective 75 years after his landmark brief “Letter” to the Editor of Nature. Stress, September 2012; 15(5): 472–478